viernes, 4 de septiembre de 2020

martes, 17 de mayo de 2016

jueves, 5 de mayo de 2016

12 noviembre 15: FALLECE EL ESCRITOR ARNOLDO PALACIOS, AUTOR DE 'LAS ESTRELLAS SON NEGRAS



Arnoldo Palacios asegura que escribió Las estrellas son negras porque no pudo entrar a los periódicos y a las revistas del mundo intelectual de su época. Entonces pensó que en lugar de hacer toda una carrera, en lugar de escribir crónicas y artículos, escribiría una novela con la que acortaría todo el camino de una sola vez. Tenía veintitrés años, unas muletas que su padre Venancio Palacios le había fabricado con madera de piragua y muy poca plata. 

El escritor Óscar Collazos hizo un recorrido por los lugares donde ocurrió Las estrellas son negras.

Afirma Palacios que para salir de su natal Cértegui, el municipio chocoano que fue corregimiento hasta el año 2000, fue necesario un consenso familiar del que participaron sus siete hermanos, sus padres, familiares más lejanos y hasta los vecinos. El padre fabricó las muletas y entre la familia se reunió el dinero para enviarlo a Quibdó. Arnoldo Palacios acababa de cumplir quince años cuando llegó al colegio Carrasquilla a iniciar el bachillerato. En Quibdó no se detuvo y en 1942, un año más tarde, estaba en el Externado Nacional Camilo Torres de Bogotá. Palacios sostiene que la capital no lo sorprendió y que la encontró fría de gentes, como una invitación permanente a estar encerrado. 

Durante su bachillerato en el Camilo Torres leyó literatura clásica, estudió latín y pensó por segunda vez en escribir. Palacios afirma que escribió sus primeras palabras tres años antes, cuando tenía catorce años y la prima Ana Zoila, de su misma edad, murió repentinamente. Arnoldo Palacios leyó una remembranza en el entierro de la prima y sintió que en la escritura estaba el camino. En 1948 recorrió el Chocó, el Valle del Cauca, Cali, y por ese camino llegó a Medellín. Dice Palacios que mientras buscaba trabajo en los periódicos y estaba en andanzas con ojos literarios, escribía su novela. En un incendio del 9 de abril lo perdió todo, incluso el manuscrito. Los amigos lo sentenciaron: “Bueno, Palacios, hay toque de queda, así que tienes el tiempo para volverla a escribir”. Arnoldo Palacios confiesa que le tomó tres semanas de encierro. Aprendió de ese incendio que el autor no puede apegarse a su obra, que la obra se va y el escritor sólo cuenta con su capacidad creativa. Cuando la tuvo lista se la dejó a Clemente Airó, quien la publicó en la Editorial Iqueima mientras Palacios viajaba. La novela salió a la venta en mayo y a finales de agosto Arnoldo Palacios volaba con destino a Cartagena, en busca del barco que lo iba a llevar hasta París. 

Ha dicho Palacios que en la escritura hay que buscar la economía de palabras. Esa intuición le viene del habla de su raza, que él considera es la misma que se usaba hace quinientos años. Según Palacios, esa lengua que parece un dialecto se ha conservado intacta debido al analfabetismo, porque el negro no lee ni escribe: habla todavía como el amo español. 

Las estrellas son negras es una muestra de esa máxima, que Palacios afirma haber aprendido con el estudio del latín. Ha dicho también que la posibilidad de éxito en una obra literaria está dada por su capacidad para recrear el futuro, en su intento por volverse eterna. Cuando Palacios escribió Las estrellas son negras abrió la primera página con la descripción del boga en el que ha terminado por convertirse: 

Él, con más de ochenta años de edad, cabeza pequeña, calvicie reluciente en su cráneo negro chocolatoso, orlado de cabello motoso hacia las orejas y la nuca, cara huesuda, sienes y mejillas hundidas; una mirada apacible emanaba de ojos pardos, oscuros y profundos. Su nariz chata dejaba escapar unos pelitos que se entrelazaban al áspero bigote amarillento, empapado de sudor. Los labios gruesos, salivosos, se mantenían abiertos, mientras cuatro dientes curtidos mordían el cabo de madera de la pipa de barro. 

El Palacios de ahora, contrahecho, con 82 años y dos bastones ingleses que le ayudan a soportar su peso, lleva el pelo algodonado, el cráneo achocolatado, los mismos pelitos que salen de la nariz para enredarse en el bigote y los labios salivosos, gruesos y abiertos en la explosión que es su sonrisa cada vez que alguien alude a un evento de su vida pasada. La poesía también le sirvió para economizar palabras y robustecer sus relatos. La cadencia y el ritmo llegaron del habla negra. 

Arnoldo Palacios cuenta que el barco se llamaba Jagello y era de bandera polaca. Después de publicada la novela se candidatizó para una de las dos becas que había para el departamento del Chocó y dice Palacios que no se dio cuenta de nada, sólo de que la otra beca la ganó un blanco que había nacido en Quibdó. Se iba para Francia. Cuando bajó del avión en Cartagena, Palacios recuerda que García Márquez le hizo una nota de despedida en el diario El Universal. En el barco se hablaba polaco, así que tuvo que permanecer callado todo el viaje. 

Recuerda Palacios que París le pareció fea. Un poco como Bogotá. Comenzaba el otoño, había desembarcado en Cannes y no sabía una palabra de francés. Luego de tomar el tren llegó a París y buscó la Sorbona. Allí todo estaba listo para él. Tomó cursos de literatura clásica, contemporánea, fonética con la mama de Dios, dice Palacios, el profesor Fouchet, quien firmó su diploma. 
Palacios afirma que siempre se quiso ir, evadirse como Irra, el personaje central de su novela: 

Irra cruzó la vía, saturado de tales visiones. La playa colmada de bañistas. El río sereno… Agradable navegar. Sí. Debía irse a Cartagena. En Cartagena cambiaría su vida. Calor sofocante. Se palpó la cara sudorosa; en la espalda sentía la camisa sudorosa, pegajosa. Iba a bañarse él también. Debía estar muy confortable el agua. Racimos de muchachas. Se torció el estómago. ¡Qué hambre! ¡Bendito sea Dios! ¿Cómo poder admitirse que Dios fuera tan…? ¡Que se vaya a la porra con su religión y sus curas embusteros, que se mantienen engañando y robando a los pobres! 

Como Irra, o Israel, Palacios necesitaba salir de Quibdó. Y su hambre y la ira lo obligaron a intentarlo en sus deseos. Para Palacios el futuro estuvo siempre atravesado por sus sueños, que vio cumplidos todos, según dice. De París saltó a Varsovia, invitado como vocero de Colombia al Congreso de la Paz que se celebró en 1950. El discurso que leyó en Varsovia le costó la beca. Dice Palacios que gritó: “esto es un hombre, esto es un colombiano”, y la emprendió como Irra, contra todo orden establecido. Recuerda que estrechó la mano de Shostakovich y tuvo como guía en Polonia a Roman Polanski. 

Sostiene Palacios que caminaba por una calle de Montparnasse durante la noche. Un hombre distinguido detuvo su automóvil y se bajó del carro explicándole a la mujer que lo acompañaba que ese joven que usaba muletas tendría que resignarse a dejar de caminar cuando su cuerpo ya no tuviera la energía suficiente para soportar su peso. El hombre le dijo, cuenta Palacios, que debía buscar la manera de mejorar. Le entregó un periódico con una anotación en las márgenes. Dice Palacios que esa noche no logró dormir pensando en la escena y al día siguiente buscó la dirección escrita en el periódico. En el hospital ortopédico Raymond Poincaré recibió atención y el cirujano que lo había abordado en la calle operó sus piernas. Hasta ese momento, cuenta Palacios que había hecho esfuerzos por no volar en sus recorridos por Quibdó y el resto de Colombia, porque las muletas de su padre las apoyaba en las axilas y encontraba un puntico de apoyo con el pie izquierdo: la pierna derecha era seis centímetros más corta y no le daba para tanto. 

Arnoldo Palacios afirma que ha seguido escribiendo pero no revela el paradero de su obra. Sostiene que siempre le ha interesado atrapar en ella la vida viviente. Escribió y escribe a mano porque de esa forma está más cerca del pensamiento y de la escritura y Palacios ante todo se considera un calígrafo. Dice haber leído mucho sobre su última novela, Buscando mi Madrededios, pese a no haberla publicado, y celebra con modestia que el nombre Arnoldo Palacios figure en la Enciclopedia Mundial de Literatura. Afirma Palacios que la Madrededios es un término que usa su gente para referirse al medio de subsistencia. Creyó haberla encontrado cuando recibió la Cruz de Boyacá, en 1998, pero Palacios sostiene que esa distinción no da plata. Ha recibido numerosos reconocimientos por su obra, el Ministerio de Cultura reeditó Las estrellas son negras en ese mismo año y tuvo la oportunidad de fundar una asociación de estudios sobre el Chocó. 

Arnoldo Palacios dice haberse mantenido vivo gracias a que escribe en castellano. Sostiene que lo esencial es escribir y no la preocupación por publicar. No hace borradores. Escribe definitivo. Y alguna vez encontró una afirmación de Charles Baudelaire en la que entendió que el poeta estaba de acuerdo con él: “escribe tus borradores como si fueran definitivos”. Palacios asegura que hasta que el autor no esté convencido sinceramente de lo que ha escrito no debe dejarlo y por eso nunca habla de la edad, o de la muerte, o de la plata. Sostiene que lo más seguro son los amigos y que en el Chocó está su fuerza. Arnoldo Palacios escribe siempre sobre el Chocó. Palacios vive atrapado en el tiempo del Chocó. 

Afirma que escribir novelas le ha servido para representar la vida humana, los intereses del hombre y su ambiente. En 1998, cuando estuvo en Bogotá, alguien le dijo que le iba a mostrar a Irra. Palacios sostiene que eso sólo pudo suceder gracias a que escribió una novela, en la que el lector puede entrar completo y sentirse libre. Cada página de Las estrellas son negras, cada párrafo, sostiene Palacios, está completo. 

Siendo muy niño a Palacios lo atacó la poliomielitis. Dice que hoy es un recuerdo más que le quedó de su madre Magdalena. Ella contaba que su hijo tenía dos años cuando cayó enfermo. El recuerdo se le ha quedado marcado en dos grandes callos junto a los nudillos de sus pulgares. Cuando viajó a París llevaba en mente la influencia de Francia en América, sobre todo por la Revolución Francesa, ahora encuentra que París y su gente inventa cosas para mantenerse ocupada. Cada cierto tiempo regresa a Colombia y no pierde oportunidad de volar al Chocó. La Madrededios, dice después de haberla buscado en Islandia, Rusia, Polonia y Francia, no es otra cosa que conformarse con lo que tiene y con lo que ha hecho.
 *Periodista. Es autor de Aquí se puede leer (Fundalectura / Ministerio de Cultura, 2005).



sacado del articulo: Fallece el escritor Arnoldo Palacios, autor de 'Las estrellas son negras' por Sergio SERGIO ZAPATA LEÓN

5 AÑOS DE LA BIBLIOTECA DE LITERATURA AFROCOLOMBIANA

ESTRELLAS INTENSAS DE ARNOLDO PALACIOS. 5 AÑOS DE LA BIBLIOTECA DE LITERATURA AFROCOLOMBIANA

Por María Fernanda Claro Avendaño, estudiante del programa de Comunicación Social de la Universidad de CartagenaEspecial para “5 años de la Biblioteca de Literatura Afrocolombiana”, un programa conjunto del Ministerio de Cultura y la Fundación Color de Colombia. Entrega 3 de 12.
Dos momentos importantes que mantienen la expectativa del lector marcan esta historia. El primero, gira en torno a la decisión de Israel de asesinar al intendente del pueblo como forma de apaciguar todos los daños que bailan en su cabeza. Aunque nunca se concreta dicho acto, el acontecimiento se desliza intensamente por los límites de la desesperación y la desdicha.
Mientras que allá se destapa el lado siniestro de Israel, en el segundo momento, el autor se centra en el aspecto amoroso y empieza a contar de forma sutil, la relación que sostiene el protagonista con su amiga Nive. Al final, luego de que Irra tiene cargo de conciencia por haberla “robado su virginidad” se desata una tempestad dentro de él, en el que el odio y el amor se confunden.
Una narración que escudriña los gritos de Israel sin necesidad de recurrir a la primera persona, pues en el espacio que le brinda la tercera persona fortalecida con la adjetivación y la sonoridad alcanza un estilo fresco y poético: “El verdeazul del campo terminado en el lomo de la cordillera, la flauta triste llorando en la ribera perdida. Una llama viva, fuego…”.
Arnoldo también se cobija en el costumbrismo. Usa diálogos ligados a la jerga rural del contexto al que pertenecen. Una apuesta arriesgada con la que busca tornar su relato más fidedigno a la realidad, sin necesidad de modificar la forma en que sus protagonistas hablan.
Para el pueblo afrocolombiano, Las estrellas son negras es un testimonio que se convierte en denuncia sobre las condiciones que han padecido y aún padecen.
Es una deliciosa perla negra, que contribuye al conocimiento de las riquezas étnicas, aunque haya nacido en los albores de la carencia:
El zumbido del tiempo imprimía en el espíritu respeto por las cosas que están pasando, o que permanecen en el hombre… Porque las horas, los minutos, los segundos, lo remueven todo. Y despiertan a las piedras para que cante el alma de los muertos.
Y despiertan a los ríos para que solloce la arena. Y las estrellas que son negras llaman duro a las olas de la mar… ¡Oh, las horas huyendo!… ¡Oh, las horas que no dejan un rayo de alegría en el pecho de los miserables!… ¡Maldita hora esta, Dios Santo!”.

miércoles, 27 de junio de 2012

Una respuesta a "La presencia de los invisibles"

Respuestsa de Claudia Mosquera a Manuel Kalmonovitz en el 2010, al salir la coleccion de Literatura afrocolombiana del Ministerio de Cultura:

http://www.revistanoventaynueve.org/articulos.php?nid=31


He leído con curiosidad frustrada el texto escrito en la Revista Arcadia, “La presencia de los invisibles” de Manuel Kalmanovitz González a propósito de la Biblioteca de Literatura Afrocolombiana, lanzada al público en la pasada Feria del Libro de Bogotá.
Desconcierta encontrar en una revista de la calidad de Arcadia, un escrito que ridiculiza los beneficios simbólicos obtenidos por grupos sociales minorizados, gracias a iniciativas estatales que responden a reclamos históricos de larga data. La puesta en circulación de una colección de escritores afrocolombianos, tradicionalmente invisibilizados, no concluye las historias de negación y exclusión, pero sí constituye una herramienta poderosa para actuar en torno al reconocimiento e inclusión social.

La colección posee un innegable valor simbólico y literario, que el autor no reconoce por su condición de producto del Ministerio de Cultura, es decir, por ser impura, contaminada de vicios propios de las instituciones burocráticas. Esta exigencia ecologicista de pureza, nueva para mí en Colombia, nunca se le pide a otras iniciativas editoriales de la misma naturaleza. ¿No es función del Estado rescatar, hacer visibles y públicos los plurales valores culturales de la nación?

Aunque el autor anuncia que quiere diferenciar cuestiones estéticas, históricas, académicas, políticas y burocráticas, en realidad descalifica la colección de escritores afrocolombianos. Lo hace a partir de frases deshilvanadas, en las cuales pone en el mismo nivel reflexiones que pueden separarse de manera heurística como el contenido de los libros, la selección de autores, la calidad de los escritos, la pertinencia de la publicación, las estrategias de difusión y las fuentes de financiación.

Haré cuatro reflexiones que espero nos ayuden ―uso el plural de manera deliberada― en el aprendizaje del difícil arte de matizar afirmaciones y de analizar de manera más fina las preguntas que nos plantea el multiculturalismo en Colombia.

uno
Inicio por lo que más me impactó del texto, constatar una vez más cuán arraigado es el sentimiento de sabernos extraños e ignorarnos los unos a los otros. Ello se hace evidente en cómo el autor construye un lugar de enunciación, un “nosotros” que lo incluye y que está conformado por los blanco-mestizos eurodescendientes, herederos de la razón occidental, verdaderos colombianos, integrados a la nación, guardianes de la cultura nacional. Al lado de este “nosotros” el autor fabrica un “ellos”: los afrocolombianos, retóricos, invisibilizados, auto-invisibilizados, víctimas oscuras necesitadas de reflectores burocráticos, pseudo invisibilizados que reproducen jerarquías dentro de la invisibilidad, desconocedores de los retos que impone la cultura nacional hegemónica hoy. Para el autor estos afrocolombianos traicionan la lealtad a la nación cuando dialogan con marginados de otros países, en contraste con los blanco-mestizos que sí pueden tener elementos en común con gentes de otras partes del mundo sin dejar de encarnar la nación.

dos 
Lo segundo que encuentro debatible en el artículo, que parecería que no pasó por un consejo editorial, es el negar que el Estado y sus funcionarios sean agentes del cambio social y cultural. El poder simbólico y real del Estado es innegable. En Colombia centenares de ciudadanos confían en las propuestas materiales e inmateriales que hacen a la sociedad el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, el Ministerio de Cultura, la Universidad Nacional de Colombia y sus sedes, la Biblioteca Luis Ángel Arango y sus filiales. Podemos criticar hasta la saciedad a estas instituciones, pero el mercado, globalizado, regido por los medios masivos de comunicación, no reemplaza el poder simbólico y real del Estado y de sus instituciones.

tres
En tercer lugar, me llama la atención que el comentarista cultural ignore el fenómeno de la invisibilidad que considera etérea y retórica. La práctica de la invisibilidad hacia los autores afrocolombianos ha existido, existe y existirá mientras permanezcan incuestionados los racismos y las imperceptibles prácticas de discriminación racial. Mucho de lo anterior ha tenido su origen en la negación de la literatura oral y de lo testimonial por parte de las élites letradas y de la academia. Estas literaturas al no responder a los modelos eurocéntricos dignos de ser parte del canon, no son considerados géneros, ni formas literarias valiosas. De esa manera se han acallado voces discordantes, escondido nuevas estéticas, negado la existencia de otras cosmogonías, desterrado saberes, impedido el conocimiento de otras formas de ver la existencia y, en consecuencia, han retardado la ampliación del canon literario a la hora de clasificar una producción como parte de la literatura nacional.

El racismo de Estado ha permitido que esto ocurra. Por esa misma razón le corresponde romper con esta asimetría, y emprender acciones para el posicionamiento simbólico de las narrativas literarias negras. En esa tarea pueden participar otros actores no estatales. Por ejemplo, ustedes como revista cultural-literaria de vanguardia. 

cuatro
El cuarto aspecto que subrayo es el desconocimiento que tiene el autor acerca de la existencia de la Cátedra de Estudios Afrocolombianos desde la Ley 70 de 1993 y los avatares que ha sufrido para potenciar los procesos de interculturalidad en el país.
 
Después de 17 años está demostrado lo difícil que ha sido poner en marcha esta Cátedra y la inmensa dificultad de influenciar los pensum de los colegios para incorporar los legados afrocolombianos al sistema educativo en Colombia. En suma, la propuesta del autor sobre el pensum es desatinada e ignora los procesos y acciones colectivas que tienen lugar para hacer realidad la Cátedra de Estudios Afrocolombianos. El comentarista debería preguntase más bien, ¿por qué la resistencia del sistema educativo a influenciarse por los legados afro?

En cuanto a una de las estrategias de circulación de esta colección, entiendo que el Ministerio de Educación hará talleres con maestros y estudiantes de varias regiones del país para dialogar acerca de la importancia de esta caja de 5 kilos de libros. Confío en que los competentes funcionarios del Ministerio de Educación, harán una excelente labor y no incurrirán en el error de presentar esta colección como ejemplo de una literatura particular, sino como un trabajo literario que amplía y redefine las fronteras de lo que es la literatura colombiana.

Para terminar, me hubiese agradado que el comentarista cultural, anotara algo más acerca de las ausencias en el componente político con el cual se seleccionaron los autores de la colección. Si bien nos recuerda que “hay escritores de la costa Atlántica ―los especialistas hablamos de Costa Caribe―, la Pacífica y de San Andrés y Providencia. Como escogiendo uno o dos invisibles por región y no dejando ninguna de lado”, hubiese añadido: “no obstante el pluralismo que impregna la colección, sorprende la escasa representación de mujeres escritoras y poetas en la caja, a las que sabemos invisibles por partida doble”. Una afirmación a este respecto hubiese sido importante.

La dirección y el consejo editorial de la prestigiosa Revista Arcadia debería analizar con más detalle lo ocurrido con este artículo. Resulta muy fácil para un comentarista cultural emitir juicios de valor sobre procesos complejos de largo aliento histórico, que tienen que ver con la tensa relación entre el Estado y los grupos sociales minorizados. Estos análisis apresurados son recibidos como verdades irrefutables por élites letradas, que leen revistas legitimadas y formadoras de opinión pública como ustedes. Una vez más se confirma que los temas que tocan a los grupos étnico-racializados negros o indígenas, no están sujetos al debido análisis y valoración profesional que otros temas similares sí parecen merecer. A juzgar por la calidad del escrito ya referenciado opinar sin argumentos sólidos sobre poblaciones negras en Colombia genera poca vergüenza intelectual o social.

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La autora es profesora Asociada- Investigadora Centro de Estudios Sociales – CES
Directora del Grupo de Investigación sobre Igualdad Racial, Diferencia Cultura, Conflictos
ambientales y Racismos en las Américas Negras- Idcarán.
Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá